sábado, 6 de enero de 2018

Las biblias de Tijuana: el cómic p*rno que destruirá tu infancia.

Posiblemente ni siquiera los fanáticos más fieles del cómic underground hayan escuchado hablar de estas pequeñas historietas; lo cierto es que en su momento de gloria, éstas fueron casi tan populares como lo son hoy las novelas gráficas vemos en convenciones o puestos de revistas.
Bajo la prejuiciosa mirada de muchos, vivir en un país como México es sinónimo de habitar entre el caos y la perversión los siete días de la semana durante las 24 horas. A grandes rasgos, así es como los estadounidenses percibían la cotidianidad del mexicano durante los años veinte. Incluso en esta época siguen siendo comunes los relatos en los que ciudades como Tijuana son descritas como centros de perdición y desenfreno a manos llenas.


Quien visite dicha ciudad de día esperando encontrar pecado en cada uno de sus rincones, probablemente termine sintiéndose engañado por las historias que autores de la talla de Jack Kerouac en On The Road y William S. Burroughs en Yonqui escribieron, cuando utilizaron a la frontera norte de nuestro país como escenario de algunas escenas emblemáticas.

Sin embargo, es en la oscuridad donde las cosas comienzan a tornarse interesantes en algunos puntos: luces de neón, prostitución, música fuerte y el sonido de botellas de alcohol que chocan unas con otras dejando escapar su espumoso contenido, son parte de esa postal urbana que, según el historietista Art Spiegelman, sirvió como referencia para dar nombre a una de las publicaciones underground más importantes de la segunda década del siglo XX en Estados Unidos: Las biblias de Tijuana.




Durante los años de la Gran Depresión se imprimieron una serie de cómics cuyos personajes ya formaban de parte importante de la cultura popular estadounidense. Popeye, Betty Book y Dick Tracy, incluso actores de cine fueron los protagonistas de estos librillos que de santos o evangélicos no tenían absolutamente nada como para ser llamados "biblias". 

Aunque, similar al libro más sagrado para los cristianos, sí contaban con fieles seguidores que cada semana las compraban en camionetas, barberías, escuelas o vendedores ambulantes y leían de manera religiosa. Todo ello en gran medida a las explícitas escenas pornográficas que iban desde relaciones hombre-mujer, hasta escenas de masoquismo, zoofilia u homosexualidad.




Entre números más famoso está aquél en el que Mickey Mouse es penetrado por su inseparable amigo, Donald Duck; hay quienes aseguran que en algunos ejemplares la "D" fue cambiada por "F" para otorgar más humor al asunto. Sobre quienes las dibujaban y escribían no existen datos concretos, sólo sabemos que se trató de dibujantes anónimos tan hábiles como para imitar a la perfección los trazos del autor de Popeye, Elzie Crisler Segar, o del famoso ilustrador George McManus.

Entre los actuales admiradores de las biblias existe la teoría de que el creador de Bazooka Joe, Wesley Morse, fue el responsable de dibujar la mayoría de los números que aparecieron antes de la Segunda Guerra Mundial, después de la cual, la popularidad de las historietas comenzó a descender dramáticamente.




Se sospecha incluso de Joe Shuster —cocreador de Superman— quien en los años cincuenta fue el encargado de producir una obra erótica llamada Nights of Horror, la cual, al puro estilo de Las biblias de Tijuana, ofrecía detalles acerca de la vida sexual de muchos personajes como Superman y Lois Lane. Sin embargo, todas estas son sólo suposiciones acerca de una leyenda tan negra como la que por las noches gobierna las calles de Tijuana y el mundo en general; después de todo, si estas biblias nacieron y crecieron en la clandestinidad, sería injusto para ellas sacarlas de esa oscura pero mágica zona en donde han permanecido durante casi un siglo.

Sin embargo, lo que siempre resultará cierto es que para algún fanático de las historietas de Robret Crumb o Justin Green, resultará una emocionante sorpresa encontrarse con uno de estos librillos resguardado en algún museo o, por qué no, arrumbado en un estante de alguna casa de antigüedades.


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