jueves, 4 de enero de 2018

18 fotografías para sentir la fragilidad e intimidad de ser una prostituta.


No, estas fotografías no son una denuncia ni la objetivación de la prostituta como un sujeto de pruebas; son el retrato que se ha silenciado del oficio.
Prostituirse no reduce una vida a vender el coño por ahí, a dárselo al mejor postor. Ser una prostituta no es sinónimo de bajeza y mucho menos es ser una puerca depravada que nunca deseó nada más de la vida que placeres mundanos e inmediatos. Ver de cerca ese performance que viaja de los terrenos tabú a las esferas de lo político y lo social, es un ejercicio que permite liberarse de los convencionalismos y las figuras obtusas de la opinión.

El trabajo de Alicia es muestra de ello. Es el producto final —mas no finalizado— de un trabajo que exploró no a la prostitución en sí y para sí, sino al humano que se construye en dicho espectro.


Eden, protagonista y nombre total de esta serie, es una mujer que confió en Alicia Vera lo suficiente como para compartirle su intimidad y vulnerabilidad. Para cambiar el paradigma de esa historia no muchas veces compartidas sobre el ser prostituta. 

Enfocando sus intereses estéticos y de arte a los clubes de striptease, la fotógrafa busca por cualquier medio insertarse en “ese mundo”; un terreno msiterioso donde conoció a Eden, cuando ésta tenía 18 años. «Me presenté, hicimos clic y nos hicimos muy buenos amigos», dice la artista.



Con el paso del tiempo y en una colección de vuelcos, de esos que da la existencia misma en su naturaleza, Eden comenzó a prostituirse en un pequeño pueblo de Pennsylvania; allí, fue arrestada. Alicia, quien ahora vive en la Ciudad de México, comenzó todo el trabajo en el tribunal y continuó la producción fotográfica por una semana.




Eden vivió en San Francisco por un tiempo, pero ha regresado a Pensilvania para reiniciar su camino en este oficio. 

Según Eden, puede ganar hasta $20 mil dólares en solo cinco días de trabajo. Lo guarda en una cuenta de ahorro y dice que planea dejarlo para cuando tenga 25.

En un viaje de confianza y testimonios que rompen con la vacuidad que se le suele dar al tema, Eden comenta al respecto: «Siempre digo en broma que crecí en un club de striptease, y aunque nunca trabajé en uno hasta los 18, lo que quiero decir es que pasé por el proceso de experimentación y autodescubrimiento que conduce a la edad adulta mientras estaba trabajando en la industria del sexo. 

Desde que tenía trece años, leí memorias y autobiografías escritas por bailarines exóticos, y siempre soñé con ser una. Poco después de graduarme de la escuela secundaria, hice realidad ese sueño».





Como si se tratara de un diario personal e interdiegético, Eden es una narración compartida y que a veces se lee desde el muy personal punto de vista de Vera, a veces se entiende desde la sinceridad de Eden. 

Estas imágenes son, en suma, el vestigio de la humanidad que atraviesa a la mujer que les protagoniza y los afectos que transforman su vida en el sentido más conmovedor y ordinario que puede adquirir el estar aquí.






«Lo que resultó ser más conmovedor que cualquier libro de memorias fueron las relaciones y amistades que formé con otros bailarines una vez que llegué allí, la mayoría de los cuales, sin saberlo al principio, eran prostitutas. 

Esas relaciones suavizaron las nociones preconcebidas que tenía sobre las prostitutas y comenzaron a normalizar y humanizar la profesión para mí. Durante los primeros dos años de mi vida como bailarina, los límites que me propuse al principio se volvieron borrosos, y en un momento de mi vida en que me sentía perdida, recurrí a una bailarina veterana por la que tenía un gran respeto y ella me condujo al mundo de la prostitución».

Para Alicia Vera, este encuentro dio frutos que rebasaron el ámbito de lo personal —como todo lo que de verdad es valioso— y abrió las puertas para otro gran sendero de preguntas, disyuntivas, propuestas y resoluciones.


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